domingo, 24 de agosto de 2014

Karma

Óleo de Ognian Kuzmanov
A I.L.

Te oigo…
La noche solloza en la distancia,
trae a mi piel las coloraciones de tu karma,
esa espectral agitación,
que traspasa mi delirio
y solamente a ti me amarra.
Te amo…
oye mi noctámbulo gemido
esa caricia desde adentro
que huye en el poniente despavorida.
Te alcanza en los templos oscuros,
donde vagabundo huyes
quizás a tu misterioso destino.

Sangran mis poros
con agua violeta..

Rocío de la brisa
que acompaña mi deseo.
Solamente tú,
abrigando mis pensamientos.
Bosque de mi locura,
ramas silvestres
que me delinean de la espesura,
lecho del aire,
burbujas que me lamen
y luego estallan.  

Te extraño…
Mi cuerpo desierto
está completamente en vigilia.
Mi alma va suspendida hacia
el vórtice de la noche
queriendo traerte del viento,
Esa humedad agridulce de tus besos,
el temblor oculto de tus huesos.

¡Triste agonía que despedaza, incluso,
el fugaz interrupto del recuerdo!

Tu rastreando mi cuello,
mis homínidos instintos kármicos.
Fantasía que destierra 
la gloria lasciva del fuego.
Bastión de la vida,
que se erige en vahos de hojas y ruegos.

***Huella del aire***
25-08-2014

lunes, 11 de agosto de 2014

Agua tristeza

 Óleo de Luis Vargas

Oleajes incontenibles se
....................................de
.......................................rra
............................................man.

Marejadas de minutos
(asfixian) la vida


es.........llan
                     
 ........ta........mis branquias.

Soy un pez exiliado
de tu vital oxígeno
y-m-u-e-r-o-l-e-n-t-o

Soy el fantasma de rostro quebrado
con tu imagen a fuego en mi pupila.

Licuado de tu recuerdo

- mujer -

M a q u i n a l

y

s
u
i
c
i
d
a
me hundo en agua tristeza .

Fondo musical: Amarentine, Enya

miércoles, 6 de agosto de 2014

Documental "Memoria iluminada"



Los años de los sesenta y los setenta fueron décadas de grandes transformaciones sociales, políticas y culturales. Las vidas de los artistas Raymundo Gleyzer y Alejandra Pizarnik, o las de María Elena Walsh y Paco Urondo -cuyas obras fueron una unidad de acción y reflexión- nos permiten analizar el momento histórico y cultural que les tocó vivir, y construir un puente entre la generación que protagonizó esa época y la actual. Fragmentos de nuestra memoria colectiva, de la mano de figuras que fueron la punta del iceberg de una vanguardia intelectual y cultural.

martes, 5 de agosto de 2014

La bestia de la cueva


La horrible conclusión que se había ido abriendo camino en mi espíritu de manera gradual era ahora una terrible certeza. Estaba perdido por completo, perdido sin esperanza en el amplio y laberíntico recinto de la caverna de Mamut. Dirigiese a donde dirigiese mi esforzada vista, no podía encontrar ningún objeto que me sirviese de punto de referencia para alcanzar el camino de salida. No podía mi razón albergar la más ligera esperanza de volver jamás a contemplar la bendita luz del día, ni de pasear por los valles y las colinas agradables del hermoso mundo exterior. La esperanza se había desvanecido. A pesar de todo, educado como estaba por una vida entera de estudios filosóficos, obtuve una satisfacción no pequeña de mi conducta desapasionada; porque, aunque había leído con frecuencia sobre el salvaje frenesí en el que caían las víctimas de situaciones similares, no experimenté nada de esto, sino que permanecí tranquilo tan pronto como comprendí que estaba perdido.
Tampoco me hizo perder ni por un momento la compostura la idea de que era probable que hubiese vagado hasta más allá de los límites en los que se me buscaría. Si había de morir -reflexioné-, aquella caverna terrible pero majestuosa sería un sepulcro mejor que el que pudiera ofrecerme cualquier cementerio; había en esta concepción una dosis mayor de tranquilidad que de desesperación.

Mi destino final sería perecer de hambre, estaba seguro de ello. Sabía que algunos se habían vuelto locos en circunstancias como esta, pero no acabaría yo así. Yo solo era el causante de mi desgracia: me había separado del grupo de visitantes sin que el guía lo advirtiera; y, después de vagar durante una hora aproximadamente por las galerías prohibidas de la caverna, me encontré incapaz de volver atrás por los mismos vericuetos tortuosos que había seguido desde que abandoné a mis compañeros.

Mi antorcha comenzaba a expirar, pronto estaría envuelto en la negrura total y casi palpable de las entrañas de la tierra. Mientras me encontraba bajo la luz poco firme y evanescente, medité sobre las circunstancias exactas en las que se produciría mi próximo fin. Recordé los relatos que había escuchado sobre la colonia de tuberculosos que establecieron su residencia en estas grutas titánicas, por ver de encontrar la salud en el aire sano, al parecer, del mundo subterráneo, cuya temperatura era uniforme, para su atmósfera e impregnado su ámbito de una apacible quietud; en vez de la salud, habían encontrado una muerte extraña y horrible. Yo había visto las tristes ruinas de sus viviendas defectuosamente construidas, al pasar junto a ellas con el grupo; y me había preguntado qué clase de influencia ejercía sobre alguien tan sano y vigoroso como yo una estancia prolongada en esta caverna inmensa y silenciosa. Y ahora, me dije con lóbrego humor, había llegado mi oportunidad de comprobarlo; si es que la necesidad de alimentos no apresuraba con demasiada rapidez mi salida de este mundo.

Resolví no dejar piedra sin remover, ni desdeñar ningún medio posible de escape, en tanto que se desvanecían en la oscuridad los últimos rayos espasmódicos de mi antorcha; de modo que -apelando a toda la fuerza de mis pulmones- proferí una serie de gritos fuertes, con la esperanza de que mi clamor atrajese la atención del guía. Sin embargo, pensé mientras gritaba que mis llamadas no tenían objeto y que mi voz -aunque magnificada y reflejada por los innumerables muros del negro laberinto que me rodeaba- no alcanzaría más oídos que los míos propios.

Al mismo tiempo, sin embargo, mi atención quedó fijada con un sobresalto al imaginar que escuchaba el suave ruido de pasos aproximándose sobre el rocoso pavimento de la caverna.

¿Estaba a punto de recuperar tan pronto la libertad? ¿Habrían sido entonces vanas todas mis horribles aprensiones? ¿Se habría dado cuenta el guía de mi ausencia no autorizada del grupo y seguiría mi rastro por el laberinto de piedra caliza? Alentado por estas preguntas jubilosas que afloraban en mi imaginación, me hallaba dispuesto a renovar mis gritos con objeto de ser descubierto lo antes posible, cuando, en un instante, mi deleite se convirtió en horror a medida que escuchaba: mi oído, que siempre había sido agudo, y que estaba ahora mucho más agudizado por el completo silencio de la caverna, trajo a mi confusa mente la noción temible e inesperada de que tales pasos no eran los que correspondían a ningún ser humano mortal. Los pasos del guía, que llevaba botas, hubieran sonado en la quietud ultraterrena de aquella región subterránea como una serie de golpes agudos e incisivos. Estos impactos, sin embargo, eran blandos y cautelosos, como producidos por las garras de un felino. Además, al escuchar con atención me pareció distinguir las pisadas de cuatro patas, en lugar de dos pies.

Quedé entonces convencido de que mis gritos habían despertado y atraído a alguna bestia feroz, quizás a un puma que se hubiera extraviado accidentalmente en el interior de la caverna. Consideré que era posible que el Todopoderoso hubiese elegido para mí una muerte más rápida y piadosa que la que me sobrevendría por hambre; sin embargo, el instinto de conservación, que nunca duerme del todo, se agitó en mi seno; y aunque el escapar del peligro que se aproximaba no serviría sino para preservarme para un fin más duro y prolongado, determiné a pesar de todo vender mi vida lo más cara posible. Por muy extraño que pueda parecer, no podía mi mente atribuir al visitante intenciones que no fueran hostiles. Por consiguiente, me quedé muy quieto, con la esperanza de que la bestia -al no escuchar ningún sonido que le sirviera de guía- perdiese el rumbo, como me había sucedido a mí, y pasase de largo a mi lado. Pero no estaba destinada esta esperanza a realizarse: los extraños pasos avanzaban sin titubear, era evidente que el animal sentía mi olor, que sin duda podía seguirse desde una gran distancia en una atmósfera como la caverna, libre por completo de otros efluvios que pudieran distraerlo.

Me di cuenta, por tanto, de que debía estar armado para defenderme de un misterioso e invisible ataque en la oscuridad y tanteé a mi alrededor en busca de los mayores entre los fragmentos de roca que estaban esparcidos por todas partes en el suelo de la caverna, y tomando uno en cada mano para su uso inmediato, esperé con resignación el resultado inevitable. Mientras tanto, las horrendas pisadas de las zarpas se aproximaban. En verdad, era extraña en exceso la conducta de aquella criatura. La mayor parte del tiempo, las pisadas parecían ser las de un cuadrúpedo que caminase con una singular falta de concordancia entre las patas anteriores y posteriores, pero -a intervalos breves y frecuentes- me parecía que tan solo dos patas realizaban el proceso de locomoción. Me preguntaba cuál sería la especie de animal que iba a enfrentarse conmigo; debía tratarse, pensé, de alguna bestia desafortunada que había pagado la curiosidad que la llevó a investigar una de las entradas de la temible gruta con un confinamiento de por vida en sus recintos interminables. Sin duda le servirían de alimento los peces ciegos, murciélagos y ratas de la caverna, así como alguno de los peces que son arrastrados a su interior cada crecida del Río Verde, que comunica de cierta manera oculta con las aguas subterráneas. Ocupé mi terrible vigilia con grotescas conjeturas sobre las alteraciones que podría haber producido la vida en la caverna sobre la estructura física del animal; recordaba la terrible apariencia que atribuía la tradición local a los tuberculosos que allí murieron tras una larga residencia en las profundidades. Entonces recordé con sobresalto que, aunque llegase a abatir a mi antagonista, nunca contemplaría su forma, ya que mi antorcha se había extinguido hacía tiempo y yo estaba por completo desprovisto de fósforos. La tensión de mi mente se hizo entonces tremenda. Mi fantasía dislocada hizo surgir formas terribles y terroríficas de la siniestra oscuridad que me rodeaba y que parecía verdaderamente apretarse en torno de mi cuerpo. Parecía yo a punto de dejar escapar un agudo grito, pero, aunque hubiese sido lo bastante irresponsable para hacer tal cosa, a duras penas habría respondido mi voz. Estaba petrificado, enraizado al lugar en donde me encontraba. Dudaba que pudiera mi mano derecha lanzar el proyectil a la cosa que se acercaba, cuando llegase el momento crucial. Ahora el decidido “pat, pat” de las pisadas estaba casi al alcance de la mano; luego, muy cerca. Podía escuchar la trabajosa respiración del animal y, aunque estaba paralizado por el terror, comprendí que debía de haber recorrido una distancia considerable y que estaba correspondientemente fatigado. De pronto se rompió el hechizo; mi mano, guiada por mi sentido del oído -siempre digno de confianza- lanzó con todas sus fuerzas la piedra afilada hacia el punto en la oscuridad de donde procedía la fuerte respiración, y puedo informar con alegría que casi alcanzó su objetivo: escuché cómo la cosa saltaba y volvía a caer a cierta distancia; allí pareció detenerse.

Después de reajustar la puntería, descargué el segundo proyectil, con mayor efectividad esta vez; escuché caer la criatura, vencida por completo, y permaneció yaciente e inmóvil. Casi agobiado por el alivio que me invadió, me apoyé en la pared. La respiración de la bestia se seguía oyendo, en forma de jadeantes y pesadas inhalaciones y exhalaciones; deduje de ello que no había hecho más que herirla. Y entonces perdí todo deseo de examinarla. Al fin, un miedo supersticioso, irracional, se había manifestado en mi cerebro, y no me acerqué al cuerpo ni continué arrojándole piedras para completar la extinción de su vida. En lugar de esto, corrí a toda velocidad en lo que era -tan aproximadamente como pude juzgarlo en mi condición de frenesí- la dirección por la que había llegado hasta allí. De pronto escuché un sonido, o más bien una sucesión regular de sonidos. Al momento siguiente se habían convertido en una serie de agudos chasquidos metálicos. Esta vez no había duda: era el guía. Entonces grité, aullé, reí incluso de alegría al contemplar en el techo abovedado el débil fulgor que sabía era la luz reflejada de una antorcha que se acercaba. Corrí al encuentro del resplandor y, antes de que pudiese comprender por completo lo que había ocurrido, estaba postrado a los pies del guía y besaba sus botas mientras balbuceaba -a despecho de la orgullosa reserva que es habitual en mí- explicaciones sin sentido, como un idiota. Contaba con frenesí mi terrible historia; y, al mismo tiempo, abrumaba a quien me escuchaba con protestas de gratitud. Volví por último a algo parecido a mi estado normal de conciencia. El guía había advertido mi ausencia al regresar el grupo a la entrada de la caverna y -guiado por su propio sentido intuitivo de la orientación- se había dedicado a explorar a conciencia los pasadizos laterales que se extendían más allá del lugar en el que había hablado conmigo por última vez; y localizó mi posición tras una búsqueda de más de tres horas.

Después de que hubo relatado esto, yo, envalentonado por su antorcha y por su compañía, empecé a reflexionar sobre la extraña bestia a la que había herido a poca distancia de allí, en la oscuridad, y sugerí que averiguásemos, con la ayuda de la antorcha, qué clase de criatura había sido mi víctima. Por consiguiente volví sobre mis pasos, hasta el escenario de la terrible experiencia. Pronto descubrimos en el suelo un objeto blanco, más blanco incluso que la reluciente piedra caliza. Nos acercamos con cautela y dejamos escapar una simultánea exclamación de asombro. Porque éste era el más extraño de todos los monstruos extranaturales que cada uno de nosotros dos hubiera contemplado en la vida. Resultó tratarse de un mono antropoide de grandes proporciones, escapado quizás de algún zoológico ambulante: su pelaje era blanco como la nieve, cosa que sin duda se debía a la calcinadora acción de una larga permanencia en el interior de los negros confines de las cavernas; y era también sorprendentemente escaso, y estaba ausente en casi todo el cuerpo, salvo de la cabeza; era allí abundante y tan largo que caía en profusión sobre los hombros. Tenía la cara vuelta del lado opuesto a donde estábamos, y la criatura yacía casi directamente sobre ella. La inclinación de los miembros era singular, aunque explicaba la alternancia en su uso que yo había advertido antes, por lo que la bestia avanzaba a veces a cuatro patas, y otras en sólo dos. De las puntas de sus dedos se extendían uñas largas, como de rata. Los pies no eran prensiles, hecho que atribuí a la larga residencia en la caverna que, como ya he dicho antes, parecía también la causa evidente de su blancura total y casi ultraterrena, tan característica de toda su anatomía. Parecía carecer de cola.

La respiración se había debilitado mucho, y el guía sacó su pistola con la clara intención de despachar a la criatura, cuando de súbito un sonido que ésta emitió hizo que el arma se le cayera de las manos sin ser usada. Resulta difícil describir la naturaleza de tal sonido. No tenía el tono normal de cualquier especie conocida de simios, y me pregunté si su cualidad extranatural no sería resultado de un silencio completo y continuado por largo tiempo, roto por la sensación de llegada de luz, que la bestia no debía de haber visto desde que entró por vez primera en la caverna. El sonido, que intentaré describir como una especie de parloteo en tono profundo, continuó débilmente.

Al mismo tiempo, un fugaz espasmo de energía pareció conmover el cuerpo del animal. Las garras hicieron un movimiento convulsivo, y los miembros se contrajeron. Con una convulsión del cuerpo rodó sobre sí mismo, de modo que la cara quedó vuelta hacia nosotros. Quedé por un momento tan petrificado de espanto por los ojos de esta manera revelados que no me apercibí de nada más. Eran negros aquellos ojos; de una negrura profunda en horrible contraste con la piel y el cabello de nívea blancura. Como los de las otras especies cavernícolas, estaban profundamente hundidos en sus órbitas y por completo desprovistos de iris. Cuando miré con mayor atención, vi que estaban enclavados en un rostro menos prognático que el de los monos corrientes, e infinitamente menos velludo. La nariz era prominente. Mientras contemplábamos la enigmática visión que se representaba a nuestros ojos, los gruesos labios se abrieron y varios sonidos emanaron de ellos, tras lo cual la cosa se sumió en el descanso de la muerte.

El guía se aferró a la manga de mi chaqueta y tembló con tal violencia que la luz se estremeció convulsivamente, proyectando en la pared fantasmagóricas sombras en movimiento.

Yo no me moví; me había quedado rígido, con los ojos llenos de horror, fijos en el suelo delante de mí.

El miedo me abandonó, y en su lugar se sucedieron los sentimientos de asombro, compasión y respeto; los sonidos que murmuró la criatura abatida que yacía entre las rocas calizas nos revelaron la tremenda verdad: la criatura que yo había matado, la extraña bestia de la cueva maldita, era -o había sido alguna vez- ¡¡¡un hombre!!
H.P. Lovecraft

martes, 29 de julio de 2014

Improvisación en Beijing

 Oleo sobre tela - Álvaro Reja

Escribo poesía porque la palabra inglesa Inspiración proviene del Latín: Spiritus,aliento, deseo respirar en libertad.
Escribo poesía porque Walt Whitman le otorgó permiso al mundo para que hablara con candor.
Escribo poesía porque Walt Whitman abrió el verso de la poesía a la respiración sin obstáculos.
Escribo poesía porque Ezra Pound vio una torre de marfil, apostó al caballo equivocado, les dio a los poetas  su autorización  para que  escriban su lengua hablada vernácula.
Escribo poesía porque Pound les indicó a los jóvenes poetas occidentales que observaran a los chinos escribiendo palabras dibujos.
Escribo poesía porque W.C. Williams viviendo en Rutherford escribió a la manera de New Jersey "Te patio l’ojo", preguntando luego ¿cómo podemos medirlo 

en pentámetro yámbico?
Escribo poesía porque mi padre era un poeta mi madre de Rusia hablaba comunista, murió en un loquero.
Escribo poesía porque mi joven amigo Gary Snyder se sentó a mirar sus pensamientos como una parte del fenomenal mundo externo del mismo modo que lo hicieron  los integrantes de esa mesa redonda  en el 84.
Escribo poesía porque sufro, nacido para morir, cálculos en los riñones, presión alta, todo el mundo sufre.
Escribo poesía porque sufro confusión no sabiendo  qué es lo piensan los otros.
Escribo  porque la poesía puede revelar mis pensamientos, cura mi paranoia también la paranoia de otras personas.
Escribo poesía porque mi mente vaga sometida al sexo  la política la meditación en el Dharma.
Escribo poesía para retratar con precisión mi propia mente.
Escribo poesía porque tomé los cuatro votos de Bhodhisattva: innumerables en el universo son las criaturas Sensibles para liberar, infinitas mi propia codicia ira ignorancia que deseo atravesar ,  incontables son las situaciones en que me hallo mientras el cielo está O.K. y los senderos de la mente despierta no tienen fin.
Escribo porque esta mañana desperté temblando de miedo ¿Qué podría decir yo en China?
Escribo poesía porque los poetas rusos Mayakovsky y Yesenin se suicidaron, alguien  más debe hablar.
Escribo poesía porque mi padre recitando a Shelley poeta inglés y a Vachel Lindsay poeta norteamericano dio el ejemplo –gran viento inspiración aliento.
Escribo poesía porque escribir de asuntos sexuales estaba prohibido en los Estados Unidos de América.
Escribo poesía porque los millonarios en el Este y el Oeste viajan en limosinas Rolls Royce, los pobres no tienen suficiente dinero para arreglarse los dientes.
Escribo poesía porque mis genes y cromosomas se enamoran de muchachos, nunca de jóvenes mujeres.
Escribo poesía porque no tengo ninguna responsabilidad Dogmática de un día para el otro.
Escribo poesía porque quiero estar solo y quiero hablar con la gente.
Escribo poesía para contestarle a Whitman, jóvenes dentro de diez años, hablen con las tías viejas y tíos aún con vida 

en Newark, New Jersey.
Escribo poesía porque en 1939 escuchaba por radio Blues Negros, Leadbelly y Ma Rainey.     
Escribo poesía inspirado por las juveniles  alegres canciones de los Beatles que han   envejecido.      
Escribo poesía porque Chuang-tzu no podía distinguir si era mariposa o hombre, Laotzu dijo el agua fluye colina abajo, Confucio dijo honrá a tus mayores, yo deseaba honrar a Walt Whitman.
Escribo poesía porque el exceso de ovejas y hacienda en las tierras de pastoreo destruye desde Mongolia hasta el Salvaje Oeste los nuevos pastos y la erosión  es la creadora de los desiertos.
Escribo poesía usando zapatos animales.
Escribo poesía "Primer pensamiento, mejor pensamiento," siempre.
Escribo poesía porque las ideas no son comprensibles excepto cuando se manifiestan en  pequeñísimos detalles: "Ninguna idea más que en las cosas."
Escribo poesía porque el Lama Tibetano dice. "Las cosas son símbolos de sí mismas."
Escribo poesía porque los periódicos titulan un agujero negro en el centro de nuestra  galaxia, somos libres para darnos cuenta.
Escribo poesía porque las Guerras Mundiales I y II, bomba nuclear y la Guerra Mundial III si la deseamos, yo no la necesito.
Escribo poesía porque mi primer poema Aullido que no pensaba publicar fue llevado a proceso por la policía.
Escribo poesía porque mi segundo poema largo Kaddish honraba el parinirvana de mi madre en un hospital para enfermos mentales.
Escribo poesía porque HITLER mató a seis millones de Judíos, soy Judío.
Escribo poesía porque Moscú informó que Stalin envío al exilio en Siberia a 20 millones de Judíos e intelectuales, 15 millones nunca regresaron a los cafés de San Petersburgo.
Escribo poesía porque canto cuando me siento solo.
Escribo poesía porque Walt Whitman dijo, "¿Yo me contradigo ?" Muy bien entonces yo me contradigo. (Tengo buen tamaño, contengo multitudes.)
Escribo poesía porque mi mente se contradice a sí misma, un minuto está en Nueva York, al otro minuto en los Alpes Dináricos.
Escribo poesía porque mi cabeza contiene 10.000 pensamientos.
Escribo poesía porque ninguna razón 

ningún porqué.
Escribo poesía porque es la mejor manera de decir todo lo que tenés en mente 

en 6 minutos o durante el transcurso de una vida.


Allen Ginsberg (Newark, EEUU 1926-1996)

lunes, 28 de julio de 2014

La realidad y el deseo

Óleo de Soledad Fernández Ramos 

La realidad, sí, la realidad,
ese relámpago de lo invisible
que revela en nosotros la soledad de Dios.


Es este cielo que huye.
Es este territorio engalanado por las burbujas de la muerte.
Es esta larga mesa a la deriva
donde los comensales persisten ataviados por el prestigio de no estar.
A cada cual su copa
para medir el vino que se acaba donde empieza la sed.
A cada cual su plato
para encerrar el hambre que se extingue sin saciarse jamás.
Y cada dos la división del pan:
el milagro al revés, la comunión tan sólo en lo imposible.
Y en medio del amor,
entre uno y otro cuerpo la caída,
algo que se asemeja al latido sombrío de unas alas que vuelven desde la eternidad,
al pulso del adiós debajo de la tierra.

La realidad, sí, la realidad:
un sello de clausura sobre todas las puertas del deseo.

Olga Orozco
Fondo musical: F. Chopin 

miércoles, 23 de julio de 2014

La habitación del suicida


Escritorio antropomórfico, óleo de Salvador Dalí

Seguramente crees que la habitación estaba vacía.
Pues no. Había tres sillas bien firmes.
Una lámpara buena contra la oscuridad.
Un escritorio, en el escritorio una cartera, periódicos.
Un buda despreocupado. Un cristo pensativo.
Siete elefantes para la buena suerte y en el cajón una agenda.
¿Crees que no estaban en ella nuestras direcciones?

Seguramente crees que no había libros, cuadros ni discos.
Pues sí. Había una reanimante trompeta en unas manos negras.
Saskia con una flor cordial.
Alegría, divina chispa.
Odiseo sobre el estante durmiendo un sueño reparador
tras las fatigas del canto quinto.
Moralistas,
apellidos estampados con sílabas doradas
sobre lomos bellamente curtidos.
Los políticos justo al lado se mantenían erguidos.

No parecía que de esta habitación no hubiera salida,
al menos por la puerta,
o que no tuviera alguna perspectiva, al menos desde la ventana.

Las gafas para ver a lo lejos estaban en el alféizar.
Zumbaba una mosca, o sea que aún vivía.

Seguramente crees que cuando menos la carta algo aclaraba.
Y si yo te dijera que no había ninguna carta.
Tantos de nosotros, amigos, y todos cupimos
en un sobre vacío apoyado en un vaso.

Wislawa Szymborksa

Fondo: The string quartet - "Escaleras al cielo" de Led Zeppelin